Laura Freixas: “Virginia Woolf fue huerto, jardín y campo de batalla” (2024)

La figura de Virginia Woolf, lejos de borrarse, cobra nitidez con el tiempo. En una conferencia en la Fundación en 2013, Laura Freixas trató de explicar por qué la escritora británica sigue tan viva casi ochenta años después de su muerte.

Virginia Woolf (1882–1941) fue una de las principales escritoras y ensayistas británicas del siglo XX, tanto por su obra escrita como por su labor como editora y activista a favor de los derechos de la mujer. Modernista, creadora de belleza en sus novelas y cuentos, fue también una pensadora cuyas reflexiones siguen vigentes. Es un icono poderoso, pero también ambiguo. ¿Escritora elitista o autora popular? ¿Defensora de la tradición o de la vanguardia? ¿Artista en su torre de marfil o intelectual comprometida? ¿Casta esposa victoriana u hom*osexual? El jardín en el que florecen obras tan refinadas como Al faro, Orlando o Las olas es también un fértil huerto que acoge textos robustos -Una habitación propia, Tres guineas- y, a la vez, un campo de batalla lleno de contradicciones. Aquí puedes leer algunas conclusiones de la ponencia que dio Laura Freixas -escritora, estudiosa de la literatura escrita por mujeres y presidenta de honor de la asociación Clásicas y Modernas- en 2013.

¿Por qué hemos elegido esta escritora de entre las otras muchas que cumplen las mismas condiciones? Podríamos haber escogido a cualquier otra de entre las que nacieron en la segunda mitad del siglo XIX, como Anna Ajmátova, en Rusia; Edith Wharton, en Estados Unidos; o Emilia Pardo Bazán, en España.

La respuesta más obvia a esta pregunta es porque Virginia Woolf está por todas partes. De todas las escritoras que he evocado, es la que está más presente, es la más viva. Sin embargo, fue solo a partir de los años sesenta cuando empezó a crecer en relevancia; inmediatamente después de su muerte fue considerada una autora interesante, pero todavía menor.

El primer hito de este recorrido hacia el reconocimiento lo marca el estreno de ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1962), obra teatral de un dramaturgo americano, Edward Albee. Esta primera presentación al gran público de la figura de Woolf la muestra como amenazadora y la asocia con el miedo, en vez de convertirla en una referencia femenina para las esposas protagonistas, muy evidentemente frustradas.

Décadas más tarde, su figura será central en la novela de Michael Cunningham, Las horas (1999), que dio lugar a la famosa película en la que Nicole Kidman se ponía en el papel de Woolf. El filme la configura como una mujer completamente histérica, y plantea su suicidio en términos puramente personales, olvidando las motivaciones históricas relacionadas con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Actualmente, la figura de Virginia Woolf está presente de formas muy variadas, desde camisetas o tazas a libros infantiles o cómics, y se ha convertido en un referente potentísimo para las escritoras.

Ahora bien, ¿por qué es precisamente Virginia Woolf la que está en todas partes, y no el resto de los ejemplos que hemos mencionado?

Existe una increíble riqueza de textos, imágenes e historias que se asocian a ella y a todo su círculo, el grupo de Bloomsbury. Yo lo he llamado huerto y jardín: es un huerto porque está lleno de ideas, de reflexiones posibles a partir de los textos, vivencias y biografías, y es también jardín porque tanto los textos como las imágenes son de una exquisita belleza.

En primer lugar, si hablamos de los textos, debemos empezar por las novelas de la propia Woolf. Hoy en día, la autora británica es, junto con Emily Dickinson, la única mujer cuya presencia en el canon occidental es indiscutida y unánime. Para iniciarse en sus novelas, les recomendaría empezar por Orlando, que es risueña, llena de humor, disparatada, imaginativa, siempre con esa belleza y esa poesía propia de Virginia Woolf, pero en un tono un poco irónico.

Además de eso, tocó géneros muy distintos: relatos, cartas, un diario, unas memorias incompletas, ensayos… Estos últimos son deliciosos, en ellos encontramos una amalgama entre erudición, reflexión y vida cotidiana; por ejemplo, cuando narra sus reflexiones mientras camina por Londres buscando una papelería para comprar un lápiz y una goma. De entre ellos, es conocida por un ensayo absolutamente fundacional: Una habitación propia (1929).

Por otro lado, tanto Virginia como su círculo de amistades han legado una posteridad gran cantidad de imágenes. ¿Quiénes formaban este círculo? Al morir su padre, un erudito especialista en el siglo XVIII, Virginia y su hermana se encontraron en una situación singular: se mudaron con sus dos hermanos a Bloomsbury, un barrio céntrico, al lado del Museo Británico y su biblioteca, pero que no estaba de moda en la época. Así pudieron disfrutar de una libertad, autonomía y educación excepcionales para las mujeres de entonces.

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En torno a la familia se empezó a gestar un grupo de amistades, unidas por el intercambio intelectual, y formadas a partir de los amigos que los hermanos habían hecho en la Universidad de Cambridge. De repente, Virginia y Vanessa podían charlar como camaradas sobre los clásicos griegos o el socialismo. Finalmente, ambas hermanas acabarían casadas con dos de los miembros del grupo, y darían lugar a una serie de historias muy insólitas que constituyeron un filón inagotable.

Pero el grupo de Bloomsbury no es importante solo por la riqueza de las biografías y de las obras que producen, sino porque articularon unos ideales que tendrían mucho futuro. Fueron precursores de tendencias y movimientos que florecieron años después, en particular, en los años sesenta: el pacifismo, el feminismo, la gentrificación -conversión de un barrio céntrico y degradado en un barrio progresivamente bohemio y más burgués, que es lo que hicieron con Bloomsbury-, el ecologismo…

Pero no basta con esta abundancia de historias, de imágenes, de textos, de vivencias… En su libro Virginia Woolf icono, Brenda Silver explica que su figura está más presente en los momentos en los que hay grandes batallas culturales en torno a la condición de las mujeres, por ejemplo, cuando aparecieron los anticonceptivos. Esto ocurre porque, por una parte, es una figura con un prestigio indiscutible, que nos da autoridad y nos legitima. Por otro, porque se la puede utilizar en distintos sentidos: puede representar la baja o alta cultura; puede representar el feminismo o ser objeto de interpretaciones contradictorias.

Estas contradicciones están en toda su vida y obra. Por ejemplo, podemos verla como una intelectual perteneciente al establishment, o como una escritora marginal, pues no se educó en la universidad. Ella misma se veía como una outsider, y decía: “Los insiders escriben una prosa incolora: era el caso de papá”. Los ensayos de Virginia son muy poco académicos, no se preocupa de citar correctamente, de hacer notas a pie de página…

También se la puede ver como representante de una alta cultura elitista, o bien de la baja cultura, dado que su literatura terminó siendo muy popular a partir de Orlando y de Una habitación propia. Con respecto a su posicionamiento ideológico, se la ha presentado como una persona apolítica; su marido decía que era “el animal menos político” desde que Aristóteles acuñó el término. En tanto que elitista, se la puede definir como conservadora, pero ella se veía a sí misma como la “gran diosa flamígera” del feminismo socialista.

Aquí viene el gran interrogante: ¿Era Virginia Woolf una mujer? Si les sorprende la pregunta, quizá les sorprenderá más la respuesta que daba ella misma. Por ejemplo, en una anotación de su diario en la que habla de Vita Sackville-West, decía:

“ (…) su madurez, su capacidad de estar con cualquier tipo de gente, de representar a su país, de controlar la plata, los criados, los perros; su maternidad, en una palabra, el hecho de que ella es (lo que yo nunca he sido) una mujer de verdad…Tiene una voluptuosidad como de uvas maduras. No es reflexiva. Su cerebro no está tan bien organizado como el mío”.

Es interesante que Virginia defienda que uno de los rasgos de la feminidad es el de no ser reflexiva. Esto no es ninguna novedad, sino que se sitúa dentro de una tradición que considera que una mujer culta, de alguna manera, no es una mujer, sino una especie de ser híbrido. La ideología patriarcal se basa en una serie de dicotomías que asocian distintos atributos al hombre y a la mujer: mente-cuerpo, cultura-naturaleza, público-privado, creación de obras del espíritu-procreación… El hombre tiene carácter de individuo y a la mujer se le atribuye el “ser género”. Las mujeres son vistas como “mujeres”, mientras que los hombres son “lo humano”, los que encarnan la norma. Esta división tan clara se topa con la realidad: las mujeres también son mente, también acceden a lo público, también crean obras del espíritu.

Ante esta situación, las escritoras podemos hacer dos cosas. Una opción es decir que todo esto no va con nosotras, que cuando escribimos no somos hombres ni mujeres, que nuestro ideal es la androginia. Esto es lo que proponía Virginia Woolf en Una habitación propia cuando escribía: “Es fatal para quien escribe pensar en su sexo. (…) Es fatal para una mujer hacer hincapié en cualquier agravio; defender aunque sea con justicia cualquier causa; en cualquier modo hablar conscientemente como mujer”.

Ante ello, propone como ideal la androginia: “Si uno es un hombre, a pesar de ello la parte femenina de su cerebro puede funcionar; y una mujer también tiene que relacionarse con el hombre que lleva dentro. Quizá es eso lo que quería decir Coleridge cuando dijo que una gran mente es andrógina”.

Sin embargo, aquí es donde entra en juego el elemento de la contradicción, ya que en el mismo ensayo defendía lo contrario: “Sería una lástima que las mujeres escribieran como los hombres (…) pues si dos sexos son totalmente insuficientes teniendo en cuenta la vastedad y variedad del mundo, ¿cómo nos las arreglaríamos con uno solo?”.

En ese texto dice, además, otra cosa que podría marcar un espléndido programa para la sociología, para la historia, para la literatura:

“Todas las cenas están cocinadas; los platos y vasos limpios; los niños enviados a la escuela y al mundo. Nada queda de todo eso. Ninguna biografía ni historia tiene una palabra que decir sobre ello y las novelas, sin proponérselo, mienten”.

Con ello quiere decir que vivimos en una cultura que miente constantemente por omisión, porque solamente nos presenta una parte de la sociedad, la parte masculina. Ya sé lo que ustedes están pensando: en Madame Bovary, en la Regenta. Yo les contestaré que ellas, o la Cleopatra de Shakespeare, o Lady Macbeth, son solo vistas en relación con los hombres. Pero en nuestras vidas hay muchas más relaciones: con otras mujeres y con la vida, la muerte, la enfermedad, los proyectos propios o las dudas existenciales. Esta es la parte oculta del iceberg de la cual la cultura apenas ha dicho nada. Por eso, yo soy más partidaria de esta perspectiva de Una habitación propia que de la anterior.

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Por último, ¿cuál es el balance que el feminismo hace de su vida y de su obra?

Algunos reproches que se le hacen a Virginia Woolf son:

  • Que presente a los personajes femeninos basándose únicamente en sus emociones y sus relaciones personales, lo cual es una forma tradicional y conservadora de presentar a las mujeres, y que no diga nada de su vida cotidiana o laboral ni, en general, de sus condiciones materiales. Esto no es exactamente así, por ejemplo, en Una habitación propia insiste en que, para escribir, una mujer necesita una habitación propia y unas cuantas libras de renta.
  • También ha sido criticada por no ofrecer nuevos modelos de vida social o experiencia en los que las mujeres podamos mirarnos.
  • Además, se ha comparado la habitación propia que ella propone con una torre de marfil o una cárcel. Elaine Showalter, una crítica literaria feminista, ha llegado a escribir incluso que “la verdadera habitación propia es la tumba”.
  • Por último, como ya hemos comentado, se ha dicho que la androginia es un concepto cobarde, que consiste en huir del conflicto: tenemos un cuerpo y no podemos rechazar todos los problemas que este plantea.

Entre sus aportaciones al feminismo encontramos:

  • Su explicación gráfica de una idea que Michèle Le Dœuff plasmó de forma abstracta: históricamente, el hombre ha sido el que ha creado el conocimiento y las mujeres hemos estado en posición pasiva. Esa es la gran diferencia entre la identidad masculina y la femenina. Puede que ambas sean opresivas, pero la masculina la han creado los propios hombres para sí, mientras que la femenina nos viene dada desde fuera. Virginia Woolf lo muestra de forma clara al relatar su visita a la Biblioteca del Museo Británico. Cuando buscó en el catálogo la palabra “woman”, se quedó perpleja al encontrar miles de libros con la mujer como tema, todos escritos por hombres. En el fichero de “man”, por su parte, no encontró nada parecido.
  • Su posicionamiento como fundadora indiscutible de la teoría literaria feminista. Estableció lo que para muchas de nosotras es la base esta teoría: sí existe una diferencia entre la obra literaria de hombres y mujeres, pero no debido a ninguna esencia metafísica ni biológica, sino a las condiciones materiales. Cuando me dicen que “la imaginación es algo más allá del sexo”, contesto con esta frase de Virginia Woolf: La imaginación es hija de la carne”.
  • Su impulso a un proceso de transformación del canon literario. Ella ha sido, indiscutiblemente, la primera mujer en formar parte de él , y, además, nos ha proporcionado a las escritoras y lectoras un sentimiento de continuidad: ya no somos una ausencia, sino que tenemos nuestra propia historia y tradición.

Por lo tanto, a pesar de todas las contradicciones, podemos decir que la de Virginia Woolf es una figura eminentemente positiva. Como ella misma dice en Al faro, “nada es una sola cosa”: ella es muchas cosas contradictorias, pero entre ellas encontramos coherencia y una verdadera riqueza. Si hubiera que definir en una sola palabra lo que muchas de nosotras sentimos hacia Virginia Woolf, esa palabra sería “gracias”.

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